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26 enero, 2018

Chambre d'Hôtes Saint-Obre, entre viñedos

En Gruissan nos alojamos en Chambre d’Hôtes Saint Obre, en La Clape. Nos hacía gracia dormir en un paraje que fuera Reserva Natural. Su ubicación entre viñedos y pinos era un punto añadido, a su favor, desde luego.


Este espacio preservado de La Clape tiene 15 kilómetros de largo por 8 de ancho. No son muchas hectáreas, pero son los montes de los alrededores más altos. Ya que, Gruissan se localiza en una extensa llanura rodeado de lagunas, marismas, salinas y del mar Mediterráneo.


Llegar al hotel nos costó un poco, muy poco, porque aunque la zigzagueante y escondida carretera se bifurca, hay un pequeño cartel que indica: St. Obre.
El camino hasta el hotel discurre entre pinares y viñas. Encuentras ciclistas y senderistas. Muchos se acercan hasta la Chapelle de Notre Dame des Auzils -que está cerca-. Una capilla entre pinos con magníficas vistas al mar.


El alojamiento no dispone de muchas habitaciones. La nuestra daba a los viñedos, al fondo podíamos ver un trocito de mar brillar sobre las colinas de La Clape. La habitación era espaciosa y el lavabo completo y moderno. Estaba impoluta.
Nos gustó que estuviera decorada con cuadros antiguos, de esos que encuentras en pequeños anticuarios franceses. Óleos de finales del siglo XVIII. Resultaba muy "chic". Por las noches la oscuridad era casi total y podías contemplar las estrellas y el reflejo de la luna sobre el mar. Sin luces, las montañas parecían pegotes oscuros.


El desayuno se servía en la parte inferior del edificio, justo al lado de la recepción. Era un espacio común con una larga mesa de madera maciza, especialmente bonita, porque era irregular y eso le daba cierto carácter rústico, muy acorde con la naturaleza de los alrededores.


El desayuno correcto, sin más. Café, té, pan, mermeladas, mantequilla, queso, un poco de embutido y los típicos cruasans. Para nosotros, suficiente.

El dueño hacía que te sintieras bien. Amable, simpático y acogedor. Un punto a favor del alojamiento. Te hace sentir segura y cómoda.

11 enero, 2018

Peyriac-de-Mer, esencia inspiradora

La zona costera entre Saint Cyprian y Gruissan es sorprendentemente variada. Largas playas como las de Canet en Roussillon o las de Gruissan, lagunas, marismas y acantilados rocosos en la zona del faro de Leucate.

Desde Saint Cyprian, playas, salinas y arenales corren paralelos a las lagunas. Un entorno natural protegido de grandes dimensiones y de una belleza inigualable. 


Llegamos a Peyriac-de-Mer un día desapacible y aunque no había llovido nada, el cielo estaba plomizo y oscuro. 


Peyriac-de-Mer se halla en la región de Occitania, en el departamento de Aude. Rodea el enclave la laguna, antiguas salinas, de Étang du Doul. Delante del pueblo se encuentran las pasarelelas de madera, con pilotes sobre el agua. Ideal para pasear por ellas. 


El agua de la laguna nos mostraba diferentes tonos de grises. Se sucedían una multitud de algas de color verde claro y amarillo. Los tonos del paisaje mostraban tonalidades otoñales. Cobrizos, naranjas y amarillos, que se mezclaban con el verde de los pinos.


Unos pocos, nos aventuramos sobre las pasarelas que discurren sobre la laguna. En algunas zonas, estaban un poco resbaladizas y era conveniente ir con cuidado. El recorrido es precioso y puedes contemplar grandes bandadas de pájaros. Sobre todo, garzas y flamencos rosados. Un espectáculo de la naturaleza, que nos sobrecogía por su rara belleza. 


Aparte de estas excursiones sobre el agua, es posible realizar diferentes rutas alternativas por los alrededores de la Bodega Château de l’Ille. Bodega o Domaine que está sobre una colina, pasado el Étang du Doul. Es posible llegar hasta la misma bodega, en coche o caminado.



Peyriac-de-mer es un pueblo bonito, tranquilo, con una iglesia fortaleza impresionante del siglo XIV –Saint Paul-. En la plaza de la iglesia, se arremolinan unos cuántos bares, ideales para tomar algo fresco, una copa de vino de la zona o un café calentito, según la temperatura del día.


 
En su mayoría, las calles de Peyriac son estrechas, con las típicas casas de costa francesa con porticones de colores dónde predominan, sobre todo, diferentes tonos de azul.



Un lugar entrañable, con un cierto toque poético. Dónde la vida fluye en contacto directo con la tierra y el mar. Bonito y plácido, para repetir si buscas paz interior y una íntima conexión con la naturaleza.